Su hazaña fue comparada con las de Marco Polo, Magallanes o Colón, y se relató en cientos de revistas y periódicos de todo el mundo. Emilio Scotto, también conocido como el “King of the Road” (el Rey del Camino) forjó una historia que suena en todo el mundo y que motiva a las personas a seguir sus sueños a toda costa. El logro por el cual es conocido es el viaje que realizó con su fiel motocicleta alrededor del globo terráqueo, y gracias a él ganó el récord por hacer el viaje más largo del mundo montado en una motocicleta.
Emilio Scotto nace el 27 de septiembre de 1954 en Buenos Aires, Argentina, lugar donde vive su infancia. Crece en una familia disfuncional en la cual su madre era el pilar de la casa. Gracias a su trabajo como secretaria pudo sacar a duras penas adelante a Scotto y a su pequeña hermana. No había lujos en sus vidas, y en muchas ocasiones ni siquiera alimentos. Por este motivo Scotto se vio obligado desde pequeño a asear casas ajenas para llevar dinero a su hogar. Fue un alumno distraído, pues pasaba los días concentrando sus energías en trabajar para salir adelante. Sin embargo soñaba que algún día viajaría lejos, y que conocería distintos lugares que lo alejarían de aquella difícil vida.
A los 25 años conoce al amor de su vida. Como él relata: “Aparecía en una foto grande, negra y con filetes dorados. Arriba decía ‘El mundo es suyo en dos ruedas’”. Era la Honda Goldwing 1.100, una motocicleta codiciada por cualquier amante de las motos. En aquel entonces estaba cotizada en 26 mil dólares, monto que pensaba que nunca recabaría en su vida. Pero tomó una decisión aventurada para tener esa motocicleta: reunió tan solo 600 dólares, la sacó a crédito, firmó y arrancó sin saber siquiera conducir. Para su suerte, en el tercer periodo de pago el dólar se disparó y la motocicleta costó tan poco como una cajetilla de cigarros. Scotto le dio el nombre de Princesa Negra a su preciada Honda.
Fue un 14 de enero cuando la aventura de su vida comenzó. Empacó ropa de invierno, de verano, muchos pares de calcetines, platos, artículos de costura, trajes, corbatas y solamente 300 dólares en su bolsillo. Bien decidido, y muy entusiasmado, hizo rugir el motor directamente a Brasil, su primer destino. Este viaje le proporcionó a Scotto un sinfín de experiencias muy valiosas. Una vez que llegó a Brasil, por ejemplo, justo cuando entraba a Río de Janeiro lo despojaron de todas sus pertenencias; afortunadamente, lo único que pudo conservar fue su preciada Princesa Negra. Comentó al respecto: “Me quedó la lección de que así es el mundo y que van a pasar cosas parecidas”. De antemano ya imaginaba lo que podría sucederle en su viaje a lo largo del mundo. Poco a poco se fue haciendo de amigos fugaces en cada parada que hacía, y gracias a su carisma los pobladores le ofrecían alimento, sus casas y hasta gasolina para que siguiera su marcha.
Scotto no tenía una ruta trazada, iba recorriendo cada sitio de acuerdo a como se presentaban las circunstancias. De Brasil subió a Venezuela por el río Amazonas, para posteriormente dirigirse a Colombia; estuvo en Bogotá y en Medellín antes de ir a Cartagena.
En Panamá, un avión de hélice que llevaba el correo le permitió subir a la Princesa Negra consigo: “Así llegué a Centroamérica, donde descubrí la guerra”, dice. Cruzó de Panamá a El Salvador y Nicaragua. Y en México lo sacudió el terremoto del 85. En EUA recibió cinco infracciones por exceder el límite de velocidad, en California, para ser precisos. Posteriormente un avión carguero lo trasladó a Europa, a Berlín, ya en su segundo año de viaje. Solo, en un país totalmente diferente, con un idioma que no entendía ni una sola palabra y sin un centavo en su bolsillo, Scotto no dejó su sueño. Lo arrestaron por cruzar el Muro de Berlín. Para su suerte, un argentino reconocido vivía en Nápoles —Maradona— y le ofreció el dinero para pagar una estancia de tres noches en un hotel de cinco estrellas. Pero Scotto, inteligentemente, prefiere utilizar el dinero para rentar una pensión económica de estudiantes por un mes.
Después de pasar por Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Yugoslavia, volvió a Italia a buscar al papa Juan Pablo II, otro de sus principales sueños, a quien ya hasta le había enviado una carta de paz. Contactó a un embajador argentino para que le apoyara con la cita con el papa, lo cual dio resultado y una semana después recibió la bendición para emprender de nuevo su camino, ahora hacia África.
El Sahara le abrió la puerta a África, donde la suerte no le favoreció del todo. Pasaron 18 días antes de que cayera en el fuego cruzado de las guerras del Congo, Liberia y Somalia. Sobrevivió a la malaria, pero por poco muere en una tormenta en el mar Rojo, a bordo de un barco somalí. Recorrió 55 países de África en dos años aproximadamente.
En los Emiratos Árabes se presentó una gran barrera: la religión musulmana. Conoció a un imán, un hombre santo, y aceptó el islam. Así pudo viajar por Kuwait, Catar y Arabia Saudita.
Habían pasado cinco años y Emilio no olvidaba el beso de despedida que le había dado a su novia, Mónica Pino. Ella nunca lo dejó. Él le pidió matrimonio desde la distancia y ella aceptó. Mónica fue a la India y ahí se casaron. De ahí siguieron juntos rumbo a Australia, donde un avestruz se impactó en la Princesa Negra y Mónica sufrió una grave lesión que la obligó a regresarse a Argentina. Una vez solo de nuevo, se pasó un año y siete meses brincando de isla en isla, conociendo paraísos vírgenes y viajando en pequeños aviones y barcos. Conoció la Melanesia, la Polinesia, la Micronesia, Kiribati, Morea y Bora Bora.
Regresó a EUA en 1992, y para ese entonces ya casi había completado una vuelta al mundo. Al respecto comentó: “Me di cuenta de que me faltaban muchos países. China, Mongolia, la Unión Soviética…”. Y fue ahí cuando comenzó la segunda etapa de su viaje: Hawái, Filipinas, Hong Kong, Corea y Japón. Posteriormente brincó a China, lugar donde el gobierno le prohibió circular con la moto e intentaron quitarle su Princesa Negra. Como si algo le faltara, presenció también la caída de la Unión Soviética. Luego rodó por Kazajistán, Uzbekistán, para llegar después a la capital rusa. Para esos días su historia ya rondaba por la boca de todo el mundo. Prácticamente había recorrido el planeta entero y solo le hacía falta visitar los polos. De Alemania viajó en barco hasta Groenlandia, donde la nieve era tan profunda e inmensa que le imposibilitó el paso a la Princesa Negra. Pero él se las ingenió y la remolcó con perros Alaska.
En 1994 el penetrante frío que le congelaba hasta los huesos le hartó y brincó drásticamente hasta el Caribe, primero a La Habana y después recorrió 27 islas cercanas. Estaba de regreso a su continente. Comenta en relación con este momento: “Sonó la sirena del barco y me puse a llorar. Ahí me di cuenta de que había triunfado… De ahí arranqué a los últimos países que me faltaba conocer. Voy a Ecuador, paso por Galápagos, luego a Perú, y Chile se convierte en el país 280”.
En los Emiratos Árabes se presentó una gran barrera: la religión musulmana. Conoció a un imán, un hombre santo, y aceptó el islam. Así pudo viajar por Kuwait, Catar y Arabia Saudita.
Habían pasado cinco años y Emilio no olvidaba el beso de despedida que le había dado a su novia, Mónica Pino. Ella nunca lo dejó. Él le pidió matrimonio desde la distancia y ella aceptó. Mónica fue a la India y ahí se casaron. De ahí siguieron juntos rumbo a Australia, donde un avestruz se impactó en la Princesa Negra y Mónica sufrió una grave lesión que la obligó a regresarse a Argentina. Una vez solo de nuevo, se pasó un año y siete meses brincando de isla en isla, conociendo paraísos vírgenes y viajando en pequeños aviones y barcos. Conoció la Melanesia, la Polinesia, la Micronesia, Kiribati, Morea y Bora Bora.