La ruta comienza en Bruselas, pero no en el centro, sino saliendo rumbo al este, directo a la región de las Ardenas. En cuanto dejas atrás la ciudad, el paisaje cambia: colinas verdes, pueblitos de piedra y un aire limpio que se agradece. Siguiendo la carretera N4 llegas a Namur, una ciudad que parece postal, con su enorme ciudadela asomándose sobre el río Mosa.
Desde ahí, puedes seguir rumbo a Dinant, una joyita escondida entre acantilados, con su iglesia gótica, su fortaleza y su ambiente tranquilo. Si eres de buen diente y sed de calidad, el desvío a Rochefort es obligado, ahí está una de las cervecerías trapenses más famosas del país, operada todavía por monjes.

Las Ardenas son terreno de juego para los que buscan aventura en serio. Las rutas entre Durbuy, La Roche-en-Ardenne y Houffalize ofrecen de todo, curvas cerradas, subidas empinadas y vistas que quitan el aliento.
Cada tramo es distinto, pero siempre hay algo que te atrapa, castillos medio en ruinas, caminos entre árboles altos y ese olor a bosque húmedo. Por momentos, da la sensación de que estás rodando dentro de una película de época.
Para los que les gusta lo técnico, el bosque de Saint-Hubert tiene caminos retadores, con curvas que exigen concentración y control, pero también recompensan con vistas impresionantes.

El mejor momento para lanzarse a rodar por Bélgica es de abril a octubre. En primavera, los campos se llenan de flores y el clima es bueno. En otoño, los bosques se pintan de tonos dorados y rojizos que hacen que valga la pena cada kilómetro.
Eso sí, el clima es traicionero: puedes tener sol, lluvia y viento en una sola jornada, así que el impermeable y el equipo todo terreno no deben faltar. Las motos tipo trail, touring o scrambler son buena elección para este tipo de ruta, aunque si quieres algo con más estilo, una clásica tipo café racer queda como anillo al dedo.
Aunque las distancias no son largas, aquí lo importante es el ritmo, no la velocidad. Pararte a probar una cerveza artesanal, un pan de abadía o simplemente ver cómo cae la tarde en medio del bosque, es parte del viaje.

Bélgica está hecha para descubrirla sin prisas. Las carreteras están en buen estado, hay señalización clara, y muchas rutas parecen pensadas para disfrutar sobre dos ruedas.
Si te lanzas al norte, te esperan campos planos y ciudades como Brujas o Gante, con sus calles de adoquín y canales que parecen sacados de una película medieval. Pero si prefieres el sur, lo tuyo son las Ardenas, menos turísticas, más salvajes y llenas de rincones escondidos.
Este país guarda historias en cada esquina. Desde cervezas hechas por monjes desde hace siglos, hasta rutas que alguna vez usaron soldados y que hoy ruedan los motociclistas. Bélgica te sorprende no por su tamaño, sino por todo lo que esconde. Rodar aquí es reencontrarte con la historia, con la naturaleza, y contigo mismo.