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Ignacio Ramos García, recuerdos de un motociclista

Ignacio Ramos García, recuerdos de un motociclista

SOBRE RUEDAS

(Recuerdos de un Motociclista)

Mi afición por las motocicletas comenzó desde muy joven. En la secundaria conocí a los hermanos Rodríguez. Mi amigo Efrén Pozos llegaba todos los días en su veloz Norton y Jorge Sulairac en una Triumph Thunderbird azul. Admiré en ellos su manejo irreprochable.

Aprendí a conducir Harley Davidson con mi amigo Feliciano Tovar en la colonia San Rafael. En esa época el reparto de telegramas se hacía en Harleys que tenían suspensión hidráulica sólo en la rueda delantera.

Al accionar el freno trasero, la rueda comenzaba a dar pequeños saltos y producía un ruido parecido al de una piedra cuando la lanzamos sobre el agua de un lago sereno. Ese “patito” del caucho contra el asfalto todavía lo recuerdo con nostalgia.

Esas motos tenían un sistema de clutch suicida. En una caída el embrague quedaba conectado y la trasera seguía girando hasta que se apagara el motor o te llevara una pierna. El embrague se hacía con el tobillo izquierdo y la palanca de velocidades se accionaba empuñando una “bolita” colocada al lado del tanque de gasolina. Gané mi título de aprendiz repartiendo telegramas. Recuerdo también una Indian Roadmaster de características similares.

Mi primera motoneta fue una Cushman. De ella conservo una llanta montada en su rin, que aún tiene aire. Mi segunda fue una Triumph Speedtwin que me hizo vivir la dolorosa aventura del único motor desvielado por forzarlo demasiado. Entre mi padre y yo reparamos biela y monoblock, rellenando el boquete con un lienzo cortado de la cabeza de un pistón de aluminio y con la ayuda de un experto soldador chino. Biela y monoblock volvieron a servir. Como todos aquí sabemos, la suerte siempre debe estar a favor del motociclista.

En 1957 mi padre me obsequió una Triumph Trophy 650 nuevecita. Ahí descubrí el gran poder de esa máquina a la que recuerdo cuando llevé a mi mamá a dar una vueltecita y terminamos en los llanos de Salazar.

En 1968 llegó a mis manos la moto BMW R-60 que hoy conservo y con la que viajé varias veces al sureste y a muchos lugares más en compañía de mi inolvidable Guillermina. Al ver hoy esa BM, la recuerdo en Tuxtla Gutiérrez, en las tardes doradas de Ocosingo y rodando entre los colores infinitos de las lagunas chiapanecas.

Fui amigo de Jorge Cojuc –quien no necesita presentación- y llevaba en su Triumph una placa que decía “Motociclista #1 de la Cruz Roja Mexicana”.

Nos conocimos en casa de mi suegro, el doctor Emilio Monroy, fundador de la escuela de ambulantes de la Cruz Roja, cuya casa visitaba Jorge con frecuencia. Llegué a acompañarlo a eventos deportivos y con él supe lo que es prestar ayuda urgente a algún herido.

Conocí también el arranque impresionante de las Jawa 350 gracias a Ricardo Barajas, fiel de las checas C-Z. Con Enrique Cervantes rodé varias veces cuando presidía el Motoclub México.

Compartí siempre los sábados primero de mes, la reunión en el casino del Campo Marte y en Las Ninfas, con mis amigos Eduardo Veraza, Uriel Müller, Héctor y Horacio Morales, Federico Gómez Pombo y otros, cuyas mesas han conocido los más entusiastas del motociclismo nacional, sin distinción de edad ni género. Willy Morgan en ausencia, sigue y seguirá vivo en nuestras conversaciones, por su excelencia en el motociclismo y por su carácter singular.

Lo conocí en 1958 persiguiéndolo en automóvil en las curvas del Desierto de los Leones, él sorteando la ruta en su Triumph guinda. Actualmente nos reunimos cada año en el Paso Gilardi donde están depositadas las cenizas de Willy, de Mario Navarro y Miguel Valdez.

Reconozco la dedicación y la preocupación que el Club de Motos Antiguas tiene desde su fundación, para cuidar la seguridad y la tranquilidad de quienes los esperan en casa. Hoy sus miembros pueden ser acompañados no sólo personalmente, sino también por GPS y el tracking digital, y por ahí les recuerdan que la sopa los espera y se está enfriando sobre la mesa.

Quiero mencionar también a otro amigo motociclista, el licenciado Tristán Sánchez Canales, juez 23 de lo penal con quien recorrí muchas rutas en el estado de México.

Compartimos el gusto por comprar herramientas en “La Nacional” una ferretería en Vértiz en la que nos hacían buenos descuentos y el empleado del mostrador nos daba la cuenta y subrayaba que el IVA nos lo cargaba “por cortesía del licenciado Luis Echeverría”.

Mi amigo Tristán era tan obsesivo y perfeccionista que cuando necesitaba algún servicio, le exigía al maestro Javier Pérez usar única y exclusivamente las herramientas que él mismo le acercara en ese momento. De ahí surgió la amistad con los hermanos Rowold con quienes también compartí comidas y paseos memorables.

Por último, quiero mencionar a algunos de mis apreciados mecánicos, mancuerna indispensable de todo motociclista que quiera hacer huesos viejos. A Martín Rubio, quien hoy –como desde hace 20 años– mantiene en perfecto estado mis cuatro motos (la R-60 con su pintura original y sus Metzeller de fábrica; las 2 Triumph tricilíndricas, (una Daytona 955 i del 2003 y otra Trophy 900 de 1991), y una Honda 500 CX). También menciono a Jonathan, un mago de las reparaciones complicadas; a Alberto Patiño y a Javier Pérez en asuntos de BMW.

Agradezco de nuevo al Club de Motos Antiguas su amabilidad por invitarme a ser juez en la calificación de las motos que se presentan a concurso como parte de Expo Moto. Y de manera muy especial a su presidente Uriel Müller y a los buenos amigos y compañeros Raúl García y a su esposa Claudia, por su esfuerzo, dedicación y entusiasmo en el evento en que seré nombrado “Personaje del Año”.

 Muchas gracias.

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