El éxito de Prado es extraordinario por haber nacido en un país, España, que tiene 88 licencias internacionales, poca cosa si se compara con las 336 de Suecia, las 223 de Francia o las 200 de Italia. Como García Vico, él también tuvo que emigrar. Aunque el gallego lo hizo con solo 11 años. Y arrastró a toda su familia con él hasta Lommel (Bélgica). “Tuvieron momentos muy duros. Sé lo que se sufre. En este deporte se come y se duerme en el circuito”, señala el de Badalona.
Prado ha dedicado su vida al motocross. También la de su padre, Jesús, el único que le acompaña en su última mudanza, pues el chico reside desde el pasado octubre en Italia para estar cerca del equipo. La de su madre, Cristina, abogada en Galicia, heladera y hostelera durante sus primeros años en Bélgica; hoy, tras aprender flamenco, trabaja en el departamento de exportación de una empresa belga. Y la de su hermana pequeña, Cecilia. A ellas las echa de menos Jorge últimamente. “Vivir sin mamá y la hermana es… Es mucho más agradable vivir todos juntos”, dice. Hablan cada día. “Y todas las noches la cena la compartimos por FaceTime”, cuenta. Su vida es especial. Es la vida de un niño prodigio, el campeón más joven de la historia –ganó el Mundial de motocross de 65cc y también el europeo con 10 años–, el fichaje de menor edad de KTM y Red Bull, que blindaron entonces su futuro con un contrato de cinco años, algo inusual en su mundo; y renovaron aquel acuerdo por cinco años más antes incluso de que ganara el Europeo de 125cc, con 14 años.
Hoy la familia entera empieza a sentir que el sacrificio valió la pena. “Hay momentos en los que te planteas si esto tiene sentido. Se nos han ido presentando un montón de dificultades. Aquí no tenemos amigos, ni familia, nada a lo que agarrarnos”, reconoce el padre. Así lo siente también el chico, que carga con la responsabilidad desde hace tiempo. “No puedo evitarlo cuando veo que mi madre vuelve a casa cansada. En España tendría otro trabajo”, decía un Prado con, todavía, 14 años.
Desde Santa Marinella, donde residen hoy padre e hijo, a 40 minutos del centro de Roma, la playa a tiro, Jesús Prado rememora cómo y por qué empezó su aventura. La de un padre y un hijo que salían al monte, en Lugo, para practicar trial hasta que un amigo de la familia le metió a Jorge el gusanillo del motocross. “Yo intentaba hacer algunas cosas que a él le salían de forma natural”, dice el padre. En Lugo apenas tenían una pista para practicar: un monte comunal. Así que decidieron salir de España para que el chico pudiera crecer. “Todos acabamos en Holanda. Allí los circuitos son muy exigentes, parecidos a los que te encuentras luego el fin de semana de carreras”, corrobora García Vico.
La familia Prado García escogió Lommel porque Bélgica es el centro logístico, donde tienen su base la mayoría de los equipos. Pero se entrenaban a diario en Holanda, a tiro de piedra, pues Lommel, a 30 km de Eindhoven, es ciudad fronteriza. Holanda tiene unas 90 pistas repartidas por el país, pistas que han hecho de Prado un piloto prácticamente invencible en terrenos arenosos, muy competitivo en el resto, casi imbatible en las salidas.
Este año, en el que ha dejado los estudios y ha volcado todos sus esfuerzos en la preparación física (mucha moto, bici, natación, correr…) es el primero “que vive como un profesional”, dice Jesús. Y esa dedicación plena se ha notado: ha ganado 11 grandes premios de 19 y ha salido 25 veces en cabeza. Le bastaba sumar cinco puntos en la última cita, este domingo en Imola, para proclamarse campeón del mundo. Pero la baja de su rival, Pauls Jonass –anunció el jueves que se había sometido a una operación de rodilla que no quiso dilatar más–, le dio el título sin ni siquiera subirse a su KTM.
“Buenos días, estoy hablando con el campeón del mundo”, le dijo su director de equipo, Claudio de Carli, en una llamada telefónica. El chico impuso calma: “No digas eso, siempre me habéis dicho que no hay que hacer bromas hasta que no se consigue de verdad”. Todavía no sabía que Jonass no estará en Imola. No sabía que ya era campeón. “Todavía no lo he asimilado bien. Recompensa todo el trabajo de este año y el enorme esfuerzo que mi familia ha hecho estos años”, dice el chaval, que llevaba dos semanas tratando de no perder la concentración, pensando en que no podía cometer fallos, “que si te despistas, estás en el suelo”.
Nada más lejos de la realidad. Ha tocado el cielo.