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Una gran travesía vivida en el desierto del Sahara

Una gran travesía vivida en el desierto del Sahara
Emile Leray era un electricista francés apasionado por hacer viajes en coche por África. En marzo de 1993 se embarcó en una aventura por el sur de Marruecos, al noroeste africano. Viajaba en un auto, un Citroën 2CV. La ruta que tenía marcada comprendía todo el desierto del Sahara Oriental y tenía la intención de llegar a Mauritania. En las inmediaciones de la ciudad de Tan Tan una patrulla militar lo interceptó y lo hicieron que se detuviera, pues se encontraba en medio de un conflicto bélico entre Marruecos y Mauritania. Los militares lo convencieron de que retrocediera rumbo al norte, porque temían que su coche pudiera usarse para motorizar a los combatientes enemigos. Emile no hizo caso y decidió continuar, para lo cual rodeó el puesto de control, porque estaba determinado a llegar a Mauritania. Sin embargo, kilómetros adelante una roca inoportuna destrozó el brazo de la suspensión delantera derecha, lo cual impidió el movimiento del automóvil. Esto lo hizo quedarse a la intemperie, en el corazón del Sahara, demasiado lejos de la humanidad para ir a pie a ningún lugar habitado, con víveres que le alcanzarían para sólo unos días y con un auto valioso que no quería abandonar a merced del desierto. La inmensidad del Sahara fue su única compañía durante los próximos doce días de su existencia. Analizó su situación y desarrolló un plan de supervivencia. Se le ocurrió la brillante idea de convertir al Citroën 2CV destrozado en una moto artesanal que lo ayudara a escapar de la magnitud y el cruel silencio del desierto. Afortunadamente, Emile Leray era especialista en transformación de vehículos. Había trabajado en talleres de Nouakcott, Bamako y Kakolou, y se había recibido de licenciado en “mecánica africana”, según su propia versión de los hechos.  
Se puso en marcha su valioso espíritu de superación, y puso enfrente de él todo el material con el que contaba: alicates, llaves fijas, alambre, un martillo, una corta chapa, un pequeño serrucho y tornillos. Desmanteló el auto por completo y sólo conservó la carrocería para protegerse de las frías noches y de las tormentas de arena del Sahara. No disponía de equipo de soldadura ni de taladros. Las perforaciones las realizó con el martillo y los tornillos. Dobló pedazos de metal durante varios días. En un principio pensó que en tres días podría terminar la improvisada motocicleta, pero en realidad fueron doce largos días los que tuvo que invertir en su diseño, y en los que tuvo que aprender a racionar sus víveres. Logró que el motor transmitiera potencia a la rueda de forma similar a como lo hacen las clásicas bicicletas de motor, y el tambor de freno giraba directamente sobre el neumático. Bloqueó el tambor derecho con un cinturón para que el diferencial abierto transmitiese toda la fuerza al tambor motriz. Esta solución le permitió alcanzar una velocidad máxima de veinte kilómetros por hora, suficiente para poder salvarse.
No tenía frenos y el escape era libre. Emile Leray se cayó varias veces. Cuando sólo le quedaba medio litro de agua fue interceptado por un todoterreno militar. Les explicó su hazaña, pero éstos no creyeron que hubiera vivido así en esos doce días. De hecho, lo multaron por conducir un vehículo diferente al descrito en sus papeles; la multa decía: “importación ilegal de un vehículo”, y le incautaron la pieza mecánica. Por supuesto, muchas personas cuestionan la veracidad de esta historia; incluso en un programa de televisión intentaron convertir un Citroën 2CV en una motocicleta, pero sin éxito. Claro que esto no prueba que esta transformación no haya sido posible, sino que tal vez ellos no fueron lo suficientemente capaces de hacerlo, y es que, evidentemente, no estaban ni en las mismas circunstancias adversas que él, ni su vida dependía de ello

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